16 Oct, 20

Lo anunciado: lluvia a cántaros  a las siete de la mañana, cuando nos hemos juntado en la puerta de Iratxo. En la puerta, porque la sociedad está cerrada a causa de la pandemia. Dos que pensaban venir nos han hecho saber que, al ver el tiempo que hace, han decidido quedarse en la cama. ¿Los únicos sensatos? Los y las otras ocho, dispuestos a partir, sabedores de los que se avecina. ¿Cómo echarse atrás?

Nada más ponerse el taxi en marcha ha escampado.  “Seguro que en Belate no estará así”. José, el taxista ha lanzado la idea de que, si le llamamos, puede salir al alto de Orokieta, a Gorostieta. ¿Y si no hay cobertura?  En todo el trayecto recorrido en coche, ni gota. Increíble. En Venta Quemada, oscuridad completa, a pesar de ser las 7:30 pasadas. No llueve. Ni un solo cazador. Extraño.

Saltamos la alambrada casi a oscuras apartando a palos las zarzas que cierran el camino. Nada más pisar la pradera empieza el chapoteo; el regacho discurre crecido. Dos disparos desde nuestra izquierda, las dos primeras notas del concierto que solemos escuchar en el largo camino. Aunque parezca mentira, no oiremos ninguno más. “¿Estarán desapareciendo los cazadores?”.

Y sigue escampado. “No es lo de menos partir sin lluvia”. La maleza se está apoderando de los senderos. Las zarzas y los helechos son los dueños,  a pesar de que hay bastantes ovejas y yeguas. Por fin hemos llegado a la pista y, ascendiendo al alto de Putzueta (1063m) el fuerte y frío viento sacude violentamente la bandera negra que Doris lleva atada a su mochila. Menos mal que no llueve.  Por esa bolsa de basura la mochila lo tenía claro. Habrá que regalarle un cubremochilas de verdad. En el rincón de la borda, el pastor que nos hemos  encontrado otras veces. Tiene el rebaño recogido en el aprisco. “Pasará sin llover”, nos ha animado. Los pastores suelen acertar. ¿Cómo? Maximo nos recuerda las palabras de un pastor de Lerín: “Hoy lloverá porque los pájaros han bajado a beber al río”.

Hemos disfrutado del bocata junto a las acostumbradas dos hayas gigantes, la mayoría tiesos porque no hay nada seco.  Muy cerca, del nacedero que estos años estaba seco mana agua a borbotones creando un riachuelo. Nos ha tocado desviarnos un poco para no mojarnos más los pies.

En los puestos de paloma y chabolas que nos encontramos en el camino no se ve a nadie. “Hoy ni siquiera subirán a los puestos”. Junto a la cruz, le hemos contado a Máximo la trágica historia de los dos jóvenes amantes de Eltzaburu y Saldias. No han coincidido todas las versiones, pero…

Ha empezado a llover por primera vez y hemos tenido que sacar paraguas y capas. La niebla impide ver el embalse de Leurtza. Tendrá que ser en otra ocasión. La chabola de los amigos leitzarras de Doris, vacía. Ha escampado antes de alcanzar la pista que lleva a Gorostieta. Olvidándonos de la pista, las y los caminantes nos hemos dirigido hacia el alto de Otedegi, aunque hay quien se ha arrepentido. Ya  en el descenso, alguien ha gritado “¡Manolo!”, las pastas y el rico café en el recuerdo. En vano. Hemos estrenado las mesas y bancos que han puesto en el merendero de Gorostieta picando lo que llevamos en las mochilas. De pie y guardando las distancias: cuatro en torno a una mesa, otros cuatro junto a la mesa de al lado. Se comenta que el año que viene nos sentaremos a comer las pastas y tomar el café que prepara Iratxo. A ver si es verdad.

Un par de horas hasta Beruete. Dos o tres cuestas, la última algo larga. Previamente hay que atravesar una ladera de fuerte pendiente. El camino se ha vuelto riachuelo, baja agua de la ladera por cualquier sitio. Al ascender la última cuesta seria, a mil metros, una bonita falsa oronja (Amanita muscaria) nos ha ofrecido la escusa para hacer una paradica, y nuestras fotógrafas artistas han aprovechado la ocasión para inmortalizar a la seta y al grupo.

A partir de este punto el camino es fácil; no hay casi cuestas. Sin embargo, el río Otsola baja crecido y algunas han tenido que alejarse bastantes metros para poder vadearlo sin meterse en el agua. El pequeño río, que otros años se nos ha mostrado humilde y silencioso, nos ofrece como regalo, en dirección a Arrarats, ruidosos saltos de agua. Las hayas más hermosas que crecen junto al camino que conduce el agua a Beruete están amenazados; los han marcado para tirarlos. No está mal que los tiren, aunque nos den pena. ¿Pero cómo estará el camino el próximo año? Habrá que buscar alguna alternativa.

Una de nosotros tenía la intención de coger castañas antes de llegar a Beruete, pero tendrá que guardar la bolsa para otra ocasión. Ni castañas ni hongos… A pesar de ello, contentos/as  porque hemos tenido un tiempo que no esperábamos.

Antes de montar en el taxi, la lluvia. “Ahora que caiga, si quiere”.

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